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lunes, 13 de junio de 2011

Historias Originales


Recuerdos de un Secuestro

Por Angylito

Prologo

Comenzó siendo un trabajo más, uno como el que hace un par de años estaba acostumbrado a realizar, limpio, rápido y sin huellas. Hasta que la conocí.

Tenía que esperarla frente a la universidad, seguirla a diario, conocer cada uno de sus movimientos, esperar pacientemente por un descuido, el guarda espaldas la vigilaba día y noche y para ser una jovencita de veintitrés años era bastante introvertida, no salía los fines de semana, no tenía muchos amigos y escasamente conversaba con sus compañeros. Su rutina se limitaba simplemente a ir de la casa a la universidad y de la universidad a la casa, salvo los miércoles que pasaba un par de horas sentada en un rincón de la biblioteca leyendo novelas de misterio, por las tardes trotaba por los jardines de su casa alrededor de una hora para luego tomar una ducha e ir a la cama.

Mi misión era seguirla durante un mes y medio, conocer hasta la más mínima de sus actividades, conocer cada paso y cada camino que ella tomara. Y así lo hice, hasta que el día llegó.

Estuve cuarenta minutos esperándola en la puerta de la biblioteca, esa tarde llovía a cántaros, hacía frio y pequeños destellos de luz iluminaban cada tanto el oscuro cielo. No es como si las tormentas eléctricas no fueran comunes en esta época del año, pero esta era particularmente estrepitosa. La recuerdo como si hubiera sido ayer.

Nada podía salir mal, ellos se encargarían de distraer al guarda espaldas, sólo tenía dos minutos libres para llevar a cabo el secuestro. La señal para dar inicio sería fácil de reconocer yo solo debía ser rápido y no dejar evidencias de nada.

Un disparo hizo trizas la gárgola que decoraba el comienzo de las escaleras de mármol por las que ella iba bajando y supe que el momento había llegado. La gente que estaba cerca comenzó a gritar al tiempo que se tiraban de panza al suelo cubriendo sus cabezas, la chica no fue la excepción, mientras el grandulón se dirigía velozmente hacia el lugar de donde provenía el disparo yo corrí hasta ella, con un pañuelo humedecido por el cloroformo ahogué sus gritos y la reduje en segundos, la tomé como a un cordero sobre mis hombros en medio del alboroto y casi sin llamar la atención la metí dentro del jeep negro que me esperaba con la puerta trasera abierta.

El chofer puso rápidamente en marcha el motor y salimos a toda velocidad doblando en cada avenida para formar mayor distracción a los carros que ya comenzaban a seguirnos. Finalmente cuando llegamos a la carretera los perdimos de vista, ya con la velocidad normal pude moverme libremente, tomé el pañuelo negro que llevaba en el bolsillo de la chaqueta y vendé sus ojos, no fue complicado, ella aún yacía inconsciente en el asiento.

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